Cuando me dejo llevar, siento diferente.
Cuando me dejo llevar y no tenso mi cuerpo, antes del impacto, se
intensifica todo. El dolor, el sentimiento de pertenencia, el universo paralelo
en el que me encuentro en esos instantes, la felicidad de formar parte de algo único,
la sensación de abandono a sus sádicos deseos, el llanto y la inmovilidad.
Incluso el amor por el Spank.
Cuando me dejo llevar, ante una orden, cumpliéndola serenamente y con esa
sensación de abandono “a mi destino” porque ese es, sencillamente, el destino
al cual me sumé prácticamente, desde el primer día que conocí a Severo,
entonces, de nuevo, siento tan intensamente todas mis emociones que no puedo
describirlas con imparcialidad sin repetirme una y otra vez.
Cuando me resisto, más que sentir diferente, no siento… no, al menos, lo
que deseo sentir.
Cuando me resisto, todo cambia. Me siento irascible, tenso mis glúteos y el
dolor que siento es más intolerable, más airado. Aprieto los
puños, grito de pura rabia y mis sollozos van acompañados de frases inconexas
de rebelde frustración.
Cuando me resisto ante una orden, mis nervios, mi arrogante mirada
y mi impetuosa negación, aparte de crearme una sensación de absoluta impotencia
ante mi osada y nada deseada rebeldía, me hacen odiar completamente este
comportamiento nada adecuado, pero real e imperioso como la vida misma.
Nunca dejo de descubrir nuevos sentimientos, nuevos retos y nuevas
sensaciones junto a Severo, pero esas dos vertientes, dejarse llevar o
resistirse, siguen siendo ajenas a mi voluntad.
Aún sabiendo perfectamente, cual me da mayor placer y estabilidad
emocional, no puedo evitar, encontrarme de bruces, de vez en cuando (y aún) con
la que nada me aporta, sino disgustos… pero sigo formándome para que pronto
desaparezca.
Sigo formándome… sin conseguirlo.
Ayer sábado, por la tarde, por una grandísima estupidez, como la de que el
mechero “no estaba en su sitio”, insté a Severo, de un modo nada adecuado, a
ser más ordenado (sí, lo se… ¿cómo se me pudo ocurrir tamaña insensatez?)
El resultado fue: mechero volando por los aires, orden de ir a buscarlo de
rodillas y recogerlo con la boca.
Y mi respuesta, ante este humillante requerimiento: negarme.
Cuando el látigo empezó a impactar durísimamente en mi culo y espalda, no
las tuve todas conmigo y el orgullo empezó a flaquear. Yo… quería dejarme
llevar, pero ganaba la otra vertiente, la de resistirme, en este caso ante la
humillación de hacer algo así.
Ya sabéis la respuesta de cómo acabó. Ganó Severo.
Juro que jamás me había sentido tan humillada en mi vida. Y, cuando después
del dolor y la humillación por las que tuve que pasar, aún me ordenó ponerme de
rodillas, con los brazos apoyados en mi nuca y en un rincón, mi orgullo
incrementó su ultraje, sumando al dolor que sentía, la vergüenza de verme así.
Y sí, también este post forma parte del castigo. Tenía que explicarlo públicamente.
Dejarse llevar o resistirse…
Lo único que ahora tengo claro, es que por mí, Severo, puede dejar el
mechero en la nevera si así lo desea, porque no seré yo la que le diga algo al
respecto.
Verita{S}